LA CULPA Y EL AMOR

Tal vez frases como está te parecen familiares: “La culpa de lo que sucedió con mi novia fue mía”, “ella se buscó otro hombre porque no fui suficiente, “debo cambiar para gustarle, y que no me deje”. Estas nos hablan del temor natural al abandono en una relación afectiva.

¿Pero qué sucede cuando más allá de la aceptación está en juego nuestra autoestima? Es momento de “analizar” el nexo.

Cuando iniciamos un vínculo afectivo, muchos elementos pueden ser detonantes de la culpa, y será el tiempo quién nos dirá si hay futuro en las emociones incipientes, o si debemos hacer caso a nuestros instintos.

En este tiempo nos ilusionaremos, desilusionaremos, discutiremos, habrá reconciliación, ¡es natural! Son dos personas (que aún con afinidades) establecen el compromiso de compartir su “ser” complejo y en constante construcción.

¡No hay garantías! Solo procurar ser honesto y poner en práctica dos palabras claves: confianza y comprensión.




Los invitados esenciales

Ahondemos en lo que representa la confianza y la comprensión, ambas vienen aderezadas con la claridad de qué tipo de relación nos importa, y la existencia de un compromiso para avanzar.

La dificultad de llevar adelante noviazgos basados en estos elementos, radica en nuestra cultura ligada al miedo, el dolor y la angustia. Por ende nos predisponemos y pretendemos tener el control de todas las situaciones.    

                                                                                                                                                                           

                                                                                                                                                                                

De esta manera, olvidamos que la relación afectiva es un encuentro amoroso, donde desinteresadamente, el amor (y sus anexos) fluyen generando la armonía deseada. O lo que es igual desde la reciprocidad.

Por ende, la calidad de amor que yo mismo me inspiro es un elemento importante.

En ese huracán de sentimientos y emociones, creamos barreras para la felicidad… Sí, la felicidad, comprendida desde el interior, hacia afuera (el estado anímico que no depende del otro, sino de mí mismo, de mi conciencia de éste aquí y ahora).

Igual pasa con la culpa, asignamos responsabilidades a los demás, o nos autocastigamos, comparamos, y en ocasiones, nos entregamos en brazos del orgullo como medida de protección.

Nuestras extremas predisposiciones, expectativas, y hasta exigencias se desmoronan, y entre ellas una muy común es: cambiar nosotros (a partir de la percepción del otro), o pretender que la otra persona cambie.

¡Ningún ser humano cambia a otro o por otro! Pero sí evolucionamos, y ello requiere conciencia y compromiso. Primero con cada uno, y luego con los demás.

En este sentido, el equilibrio nos ayudará a ir sopesando y hallando puntos medios en los cuales cada cual se sienta participante armónico. 

En conclusión

Las relaciones requieren firmeza para asumir el valor de compartir con otro ser, y a la vez flexibilidad para acoplarse al otro mientras te aceptas tal cuál eres.

Sólo desde el autoconocimiento, respeto, valor y la confianza hacia ti mismo, podrás estar con alguien más.

Ahora, si sientes que en ese compartir hay elementos que generan dudas o desequilibrio, desde la comprensión permítete errar sin culpa, y ponte en el lugar del otro.

El diálogo franco podría solucionar muchas cosas. Recuerda: ¡Todo parte de ti, y vuelve a ti! Y el amor no es la excepción.